Es en este momento en el que los árboles y las personas cambian de ropa. Y lo hacen en sentidos opuestos. De la misma manera en la que los sueños toman sus decisiones. Ellos se desnudan, desprendiéndose de sus vestiduras foliadas, y nosotros nos arropamos con más o menos prudencia. Es más importante el calor que la estética.
Casi todos ellos quedan desnudos, siendo sólo unos pocos los que mantienen pudorosamente sus trajes verdes. Nosotros andamos más deprisa y buscamos refugio en cualquier sitio.
Parece un baile frenético, en el que nadie quiere quedarse sin pareja. Las bufandas e quedan con los cuellos, y las hojas con el suelo. Mientras tanto viento hace de Disc-Jockey, y el pelo en los ojos no se quiere perder la fiesta. Y alguna hoja despistada se enreda en el pelo, pero basta con una mirada para darse cuenta de que no está del todo a gusto. El resto corre por el suelo, escapando de su abrazo mortal. Pues fueron engañadas sin motivo.
Yo únicamente deseo no encontrarme con él. Habita al otro lado de la esquina, y te golpea en la cara sin avisar. Es irrespetuoso e indomable.
Me encuentro contemplando este espectáculo sin desperdicio. Y recuerdo constantemente aquél día cerca de las vías del tren, en el sitio secreto, donde abiertamente nos declaró su intención de venir para quedarse. Y nos da su bienvenida, con el particular arcoiris de ocres, amarillos, marrones y verdes.
-el día de los besos.