miércoles, 22 de septiembre de 2010

Summertime, vuelve por favor.



Es una playa tranquila, de oleaje persistente, pero sin llegar a erosionar la roca del acantilado que se ve desde el faro. Lleva así varios años, pero nunca lo he visto retroceder. Es implacable, y permanece impasible al abrazo perpetuo del devenir. La arena es tostada, pero la roca es rojiza. Debe de haber sido traída desde un país submarino, con un gobierno de las corrientes de latitudes cálidas. Esas  conchas que han sido moldeadas por el vaivén del agua se te pegan en los dedos de las manos y de los pies. Pero aún así no puedes dejar de acariciarlas, son infinitamente pequeñas y relajantes. El cielo deja entrever alguna nube, y lo que menos importa ahora es que se te llene el pelo de arena, porque luego irás a la ducha, de cabeza. El agua es fría, muy fría, pero eso te hace recordar que estás vivo. Te sumerges, pero el frío no te amilana. Aunque te duela la cabeza, volverás una y otra vez a meterte. Aprenderás a respetar, y entonces, sólo entonces, merecerás su respeto. No hay tanta gente como para que agobies. Es familiar, y endiabladamente agradable.

Vuelve, verano, vuelve. Llévate este frío que te muerde. Y tráeme el frío que reconforta con la brisa. Trae de nuevo los olores prohibidos a la ciudad. Y aléjame de las matriculaciones, la secretaría y las asignaturas. 

Echo de menos Galicia. Es natural, y no puedo remediarlo.