lunes, 19 de abril de 2010

"No son latidos son alaridos"




Sí. Definitivamente, se me están pegando los párpados dos a dos. Siento cómo se relajan los músculos y cómo las endorfinas empapan mi torrente sanguíneo sin que pueda hacer nada para remediarlo. MORFEO. Todas las mañanas me digo lo mismo, “levántate, ya sé que estás cansado; que hoy te acuestas antes o duermes la siesta”. Es una idiotez eso de hablarte, y realmente no funciona, es inútil mentirse porque sé que no haré ni la una ni la otra. Vuelvo a dormirme y sueño que me levanto. Todo es muy extraño, no hay detalles, sólo una habitación a grandes rasgos y muy poca luz para la hora que es. Enciendo la luz y esta vez sí me levanto, ¿pero me habré levantado realmente? Me cuesta diferenciar y hoy estoy bastante desorientado. Lo primero que hago es mirar la fecha en el móvil, pero hoy no lo encuentro por ningún lado. Siempre hay algún reloj digital antiguo por ahí, y es jueves de clase soporífera. Rutina matutina, desayuno, ducha y poco más. Mientras me ducho me doy cuenta de que hoy hay una hora más de clase. Los momentos de la ducha suelen ser en los que me fijo si llevo algo apuntado en la mano del día anterior, y esta vez hay sorpresa. No suelo intercambiar muchas palabras durante el desayuno con mi familia, todos vamos con prisas y no pasa de un “buenos días” o un triste bostezo acompañado de una sonrisa. Son estos pequeños detalles los que me han hecho ser independiente afectivamente y creerme suficiente, pero no lo soy por mucho que lo crea.

Siempre salgo cargado, seguramente más de la cuenta, y suele ser habitual que me olvide de algo y lo recuerde al llegar a la parada, es más, suele ser el abono lo que me olvido. Madrid siempre está ajetreada con sus coches y sus gentes caminando a toda prisa por no llegar tarde a su destino, yo no soy menos, dado que siempre me falta tiempo para llegar a la hora. Parece bastante inusual la jornada, no he llegado tarde y he comprendido todo lo que me han explicado. Normalmente suelo quedarme con los compañeros un rato charlando, pero hoy la Universidad ha sido absolutamente cansada y no me apetece nada. Es invierno, hace frío y la parada del bus está al descubierto. Es la hora de comer y me muero de hambre. Se me ha acercado un chico de mi misma complexión y de tez morena como la mía. No sé la razón, pero se me antoja familiar, comenzamos a hablar y me ofrece un chicle de esos que saben tantísimo y huelen tan bien. Llega el G y entramos. Se sienta conmigo, parece ser que vamos los dos a Moncloa, pero él se baja antes de llegar, justo en la Casa de Brasil. Supongo que estará en algún colegio mayor o algo. Casi a mitad del camino es MORFEO quien vuelve, y vuelvo a esa realidad distorsionada con curvas inexistentes y suelos cambiantes. Suena el pitido de la petición de parada y abro los ojos. Esto no es Moncloa. ¿Puede ser que me haya equivocado de bus? Realmente no recuerdo haberme dormido ni haberme despertado. Menos mal que no estoy tan lejos, me ha llevado a la zona de mi colegio. Amarillo y alto, está como siempre. Es tarde, aviso a mi padre desde una cabina de que no voy a casa a comer, el móvil no lo encuentro por ningún sitio. Aprovecho para quedar con un amigo que siempre está por la zona. Pero hoy no está. Con un dolor en el estómago y mareado me acerco al metro, pero está inusualmente cerrado, frío y húmedo. Decido pasar a comer algo rápido al Vips y estudiar en la biblioteca del Caja Madrid.

Me he pasado el día dándole vueltas a lo mismo, y apenas he intercambiado palabra con nadie. Por lo menos el estudio me ha cundido y salgo cuando cierran. Han encendido ya las farolas y se escucha a gente que no tiene clase al día siguiente ya de fiesta. La calle está cortada por no sé qué fiestas y decido coger el autobús de nuevo aunque sea para dos paradas.

Y no dejo de pensar en lo mismo.