lunes, 30 de abril de 2012

Madriz impetuosa.

Vestida de largo en noches que terminan de día.
Tan oscura, tan brillante, tan cálida,
y a la vez tan fría.

Ahí, quieta.
Me mira susurrando caricias de azúcar.
Tiritando.
Parpadeante.

Cuelgan limones fluorescentes en farolas verdes.
El hormigón corre bajo nuestros pies, y soy capaz de arañar el cielo con tan sólo mirarlo.
A veces, un azul estridente y ecléptico trata de romper la monotonía de los halógenos blancos, el rojo de las señales y el ámbar intermitente. Y todo se queda en un imperfecto orden a su paso.
Cruces salvajes y teclas de un piano.
Sombras capaces de proyectarse en mil direcciones.
El horizonte de llegar a casa..

Un miércoles cualquiera en cenizas.
La misma escalera.
La misma melodía.

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Cada uno de los caminos que cojas la lo largo de tu vida te llevarás allí a donde realmente perteneces.


Huracanes.


Él llegó atravesando el océano.


Todo estaba en su cerebro.


Pablo.