miércoles, 17 de agosto de 2011

1906-Pantín-Lluvia-Viento-Frío-Noche-Playa-Fuego.

Quizás naciera de aquella lluvia de estrellas. 

De esas que sólo se ven desde unas pocas playas de las Rías Altas. 

Puede que surgiera  de la ilegalidad de una hoguera en la arena. O del vaivén en el mar. Es posible que hubiese sido traído por la marea desde la Luna. O que apareciese tras rubor del Sol al caer sobre la inmensidad. 

Lo único que sabemos con certeza es que en este caso fue el hijo el que hizo a la madre y no al revés.



Vivían cerca de un acantilado colgante, y es por ello que siempre tenían la playa a pie. La casa estaba divida en dos partes, pero Mamá puso una escalera de hielo para que no pudiese subir descalzo al piso de arriba. Como nunca hacía el suficiente calor para que se derritiese no se preocupó investigar en el más allá. Pensó "los secretos guardados con más celo son menos importantes que cualquier pasión primordial, porque Belleza, Libertad y Amor son siempre los estandartes (y nunca pendones) de la Humanidad".  

A él lo que realmente le gustaba era pasar las horas metido en una mecedora de corcho que Mamá había tapizado por dentro con su cariño. Iba a cuerda, pero la llave se olvidaba siempre de estar en el mismo sitio,  y por eso se pasaba la mayor parte del tiempo en un abrazo calmado y perpetuo. Muchos líquenes verdes, azules y amarillos servían de motivo decorativo, ya que un sustrato no muy básico es sinónimo de complejo.


Por la mañana, Mamá dejaba macerar unas cuantas hojas de los no-autóctonos eucaliptos gallegos en el fondo de una bacía llena de agua, y para comprimir los aromas de la naturaleza viva machacaba pequeñas esferas de la aurora con el mortero en el almirez. Se volatilizaban pronto, mucho antes de la hora de la comida, pero servían para alumbrar con su olor toda la estancia. Mamá siempre dibujaba sus sonrisas como las teclas del piano en un concierto de Chopin. Una y otra vez le recordaba al nenúfar del año anterior, y no se cansaba de guardarlas junto a sus pecas. Ella siempre relajaba el ceño, y le acariciaba con sus manos amables hasta que despertaba. Le hablaba con voz aterciopelada, y el calor de su cabello encendido le permitía dormir incluso en las noches más frías.

No perdía nunca la mirada, porque ninguna mirada es perdida. Todas y cada una de ellas certificaban que, de alguna manera, había alguien o algo merecedor de una especial atención. Más atención aún que la propia realidad inmediata. Y eso es siempre ganar.

No hay parpadeos sin sentido ni señuelos altruistas. Y eso sus pestañas lo sabían. Por eso no abría los ojos hasta que todas las señales se hubieran cumplido.

Durante el día barcos en forma de sombrero invertido, bombines, chambergos, fedoras, monteras y chisteras bailaban y cantaban en la pista intermareal. Había algunos coronados en el vértice gracias a la hipotenusa de telas y lino entretejido. Las personas se distraían en el ala y los camarotes estaban en la copa, plumas y cintas hacía sus veces de timón y hélice. En el astillero sabían gastárselas muy, y eran importados los materiales desde Manila, Hong-Kong, Nueva Delhi y Persia. Aunque el ante hablara mejor Sueco y el cuero sepa Latín.


Para dormir encendía la lámpara de sombra, ya que la luz de un atardecer es capaz de atravesar cualquier material. Derrite los corazones de piedra, acero y hiel. Traspasa el umbral del alma y se enquista en el Uno. A partir de ese momento la pureza ya no puede ser parada, pues todos los centros antena y de reacción no-clorofílicos que poseemos pasan a estar dominados por un prisma de materia renovada. También le gustaba mirar detrás del espejo, por la ventana del mimo. Su obra preferida, esa en la que el Sol era engullido por el océano en una omega (Ω) de paz. Como la hora de comienzo del espectáculo no era la misma siempre, él decidía cuando quería iniciarla. Impulsado por los latidos brumosos del oleaje y por la inocencia que está flotando en el viento iban introduciéndose en su guarida Flegonte, Pirois, Aetón y Éoo. Cada uno dejaba una estela de colores distintos allí por donde pasaba, y conforme el azul diatómico se aleja del azimut las turquesas avanzan desde el Este hacia el Aquél. Al marinero le da por estrellarse en la cúpula, haciendo rotar el zenit. Pero la escena principal no está en techo. El escenario de agua rompe la cuarta pared cuando aparece el foso en Bermudas de bermellón. Para ahorrarse un nudo en el estómago que le quite protagonismo al secundario deshace el lazo rojo de la pasión, y la obra termina  por dorarse de manera uniforme en naranjas, amarillos y ocres. Hasta apagarse por completo las riendas del carro que robó Faetón.

En el epitafio: "(...) él no quiso estrellarse contra el cielo de la noche, pero buscando su causa se encontró con el ocaso."

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Pero no puedo dejar de ser quien soy.


Muy poca gente sabrá de lo que hablo cuando escribo. Y esto no es Wonderwall.

“listen up man, they don’t even know you’re born”


Sigo sin poder dejar de recomendarlo, gracias Noel.