lunes, 6 de junio de 2011

Destellos, cuarta parte.

"Cuando se dió cuenta de la naturaleza de aquel lugar ya era demasiado tarde como para volver atrás. La puerta se cerró solemnemente tras él y  se vió envuelto en una niebla de color argentino. Podía oler el verdín en las piedras y sentir la humedad en todo su cuerpo. Su ropa estaba empapada de muchas sensaciones, pero principalmente era agua.
Ya era campo abierto, y aún así tenía la sensación de como si todo el espacio al aire libre hubiese estado cerrado por mucho tiempo. Todo rezumaba ese regusto a rancio en la boca y la podredumbre  estaba en todos los tocones y troncos de madera.  

Hacía frío, pero no llovía.
No por el momento.

La bruma se iba pegando a cada uno de sus poros, y las gotas de agua empezaban a condensarse en sus pestañas. Ya no tenía por qué llorar, pues no habría distinguido su llanto del quejido seco de sus pasos. Se adentraba en penumbra, pero él buscaba resguardo.
Al traspasar el umbral olvidó el sentido de su huida, respiró para llenar sus pulmones del metal condensado una vez más y abrió bien sus pupilas. De tanto caminar se había teñido de plata. En algún momento consiguió encontrar la belleza de aquella presencia grisácea y la hizo parte de sus planes. Fue sólo entonces cuando pudo mimetizarse con el ambiente.
En esta simbiosis con el entorno pudo ver algo que nunca antes podría haber imaginado.
A su alrededor todo era vida.
Nada bajo una guadaña tunicada, nada de esqueletos sonrientes, nada de telarañas, nada. No encontró nada que fuera tétrico o de lo que asustarse. Y eso le reconfortaría en su todo su ser.
Desconocía la razón de ser del baile de ramas y hojarasca que se formaba a su alrededor.  Pero pudo ser el viento silbando.

En cuestión de segundos una luz ígnea se elevó desde el suelo. Y no era como el resto. Si bien las que él conocía eran de rojo a anaranjado, esta destelleaba en verde y azul. Tampoco se dedicaba a abrazarlo todo y a sumirlo en desesperación, este no crepitaba. Por contra, su carácter era efímero pero intenso, y corría por doquier.
Al borde de la laguna las podía ver danzando alegremente, y pronto quiso unirse a esta congregación. Entre el jolgorio y la sin preocupación observó como se deshacía esa capa de metal protectora de la que se había recubierto. Y pudo tocar las llamas. 
Ya sabía de lo que no huía.
Este fuego le gustaba. Era cálido, agradable, y no le quemaba ardientemente. 
Nunca se sintió preso, ya que él dejó que le envolviesen. Dejó que se alimentaran de su ser.
Combustía su miedo. Y se formaría el pavor.
Cenizas.
Eso era lo que realmente le asustaba. Las cenizas que dejó detrás.
Pero ya era tarde. Su yo inerte yacía en un montoncito que pronto desaparecería.
Y cualquier reflexión estaba ya fuera de lugar. 
De él quedaría, sólo, polvo."


Que pare ya.
Por favor.