viernes, 28 de enero de 2011

Destellos, segunda parte.

Ahora vive entre las pisadas de la gente. Escucha las melodías de una forma distinta, pero con el mismo sentimiento que antes. Se alimenta de miradas escritas con tinta y de papel fotográfico. Siente debilidad en las piernas debido a las pocas horas que dedica al sueño, y ha perdido visibilidad localizada. Ya no se baña en fuentes hidrotermales, y sobrevive a base de sonrisas guardadas en botes de conserva que a veces abre simplemente por el placer de recordar. Hay otras, sin embargo, en las que el miedo se enreda en sus cordones, y le dificulta el paso. Pero él ha atado todas esos lastres con un doble lazo llano [simple y claro es como le gustaría ser] para mantener la verticalidad.

El tiempo no le ha enseñado a ser de otra manera y se mantiene en su postura de antes.


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~Bienvenido de nuevo, caballero. ¿Qué desea usted hoy?
-Lo mismo que llevo deseando todo este tiempo.
~Entonces no hay problema. Aquí tiene su cuenta. Pero me temo que no va a ser posible hoy.
-Lo sé, comprendo el sistema.
~¿Ha pensado en cambiar de habitación alguna vez?
-No, estoy contento con la mía. Es confortable, aunque un poco fría a veces.
~Sabe que estamos a su entera disposición.
-Muchas gracias por todo, una última cosa, ¿puedo utilizar el teléfono de recepción?
~Sí, por supuesto, es nuestro mejor cliente, no se lo podríamos negar...
-Será sólo un minuto, nada más. Necesito contactar con una parte de mí que se ha negado a levantarse hoy.
~Como ya le he dicho, no tenga reparos en pedirnos este tipo de favores. El cliente es lo primero.
-(...) 
-Me dice que hoy se quedará bailando entre las sábanas de perla. Hoy se está deslizando.
~¿Necesita que le subamos algo?
-No, no, está bien. Simplemente necesita descansar y relajar la mente, ¿sabe?
~No, lo cierto es que no sé.
-Mire, se ha desprendido de la corporeidad, y por tanto, ha suprimido todas las necesidades fisiológicas.
~Entiendo...
-No, no lo ha entendido.
~Le estoy diciendo que sí, caballero.
-No dudo de su palabra, en absoluto. Ni de su capacidad.
~¿Entonces qué le lleva plantearse mi entendimiento?
-La razón de todo esto es que ni las porterías entienden de fueras de juego, ni los hombre entendemos la impedancia en las miradas azules.
~Señor, ¿qué quiere decir usted con todo esto?
-Muy sencillo, amigo mío. Hay decisiones que traspasan el alma y se adueñan de una parte de tu ser. 
~Sí, creo que empiezo a entenderle. Es más, creo conocer esa sensación.
-Bien, veo que ahora me sigue. Es más que una sensación. Se circunscribe al las pasiones del espíritu.. A las cicatrices metálicas que se alimentan de miedo.
~Pero señor, ¿qué tengo que ver yo en todo esto?
-(...), amigo. Los diamantes tienen sonrisas tetraédricas, y yo guardo en un zafiro todas y cada una de sus miradas
~(...)
-Usted guarda la llave bajo llave en aquél cajón.
~Ciertamente.
-Lo que vengo a decirle es que no abra la caja. Bajo ningún concepto.
~Entendido , señor.
-Muy bien. Le deseo entonces que tenga un muy buenos días.
~Aproveche la jornada, caballero.
-Eso es lo que llevo tratando de hacer todos estos días. Tenga por seguro que acabaré por hacerlo.  
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Es cierto que los diamantes también sonríen, y que esa es su máxima satisfacción. Algo da un vuelco en su interior y consigue conciliar el sueño. Su alma le murmura palabras ilegibles pero tranquilizadoras al mismo tiempo, y cae rendido. Con el cuerpo cansado y molido por la intendencia de los días dice hola al paraje donde habita la felicidad. Y se despide las preocupaciones por unas horas. Menos de las necesarias quizás, pero quedan atenuadas.

Lo más seguro es que congele mi cerebro por unos días. Porque necesito regular los niveles osmóticos, abrir los canales de (reflex)-iones y dejarlos salir, para que puedan entrar los nutrientes necesarios para mi actividad metabólica examinatoria.

A todos los que estéis como yo. Ánimo. Febrero se va tan rápido como vino. Y la primavera vendrá guardada en sus maletas.

-S.L.H.