martes, 9 de febrero de 2010

Metilación exhaustiva.


Como si se tratase de un virus o una espora.

Es una clase semivacía y oscura, el profesor tiene que acercarse para vernos. Ocupamos las últimas filas porque es dónde hay más luz. Habla sobre enlace O-glucosídico y monómeros de manosa. Salgo de clase sin pararme a hablar con nadie, hay asuntos que no pueden esperar. Huyo de algo, pero no dé de qué. Sólo sé que me persiguen, pero yo voy más rápido. No existen los gemelos perfectos, ¿quién cojones eres? Sé que llevo algo en el bolsillo y que no es mío. Ya sé que buscan, pero no se lo voy a dar. Suena la alarma y un flash me golpea la retina, trato de enfocar, pero el cristalino no da más de sí y las pupilas están demasiado abiertas como para protegerme. Brazos cariñosos que te sacan de situaciones difíciles. Pistas de tenis y reencuentros. Pero yo sigo huyendo. Madrid está vacío. Ni un coche, ni un alma. Estoy desorientado. Alguien me llama al teléfono, nada bueno, y sigo sin poder localizarte. En las piedras está todo escrito, desde el recuerdo más feliz, hasta la historia más inverosímil. En la roca veo el camino de vuelta. Los besos, los vasos, las risas.

Han pasado dos horas desde que tenía intención de levantarme hasta que lo hecho realmente. Por supuesto llego tarde al examen, aunque no estuviera en mis planes el presentarme. Ojos rojos y sudorosos.

Reconocería esa misma mirada casi en cualquier sitio, los mismos ojos, pero en distinto fondo. El autobús siempre se llena por más que me espere.

-Cualquier color que te guste.